La muerte de Suazo Córdova y la respuesta pendiente

ROSUCO y Gustavo Álvarez Martínez (Foto: La Prensa, 1982)

Fue el ungido para culminar con los asaltos militares al poder. Pasó de ser presidente de la última Asamblea Nacional Constituyente en 1981 a la Presidencia de Honduras un año después, bajo la supuesta bandera de una democracia teñida con sangre.

Esta es una de las maneras en las que, sumado el dolor de familiares víctimas de la desaparición forzada, se recuerda a Roberto Suazo Córdova, quien falleció en la madrugada de este sábado.

Con los beneficios de gobernar el país entre 1982 y 1986, disfrazó la inmunidad de impunidad. Los militares afianzaron su poder con el ascenso de Gustavo Álvarez Martínez a la jefatura de las Fuerzas Armadas, y la intervención directa del gobierno de los Estados Unidos en la era de Ronald Reagan con su política de combate a los procesos de liberación que ocurrían en Nicaragua y El Salvador.

Hablar de Roberto Suazo Córdova es tener presente la instalación de bases militares estadounidenses, del Centro Regional de Entrenamiento Militar (CREM) para entrenar militares salvadoreños y ejecutar asesinatos contra poblaciones enteras, como la del “Mozote”, en 1981.

“Significó represión, significó la Doctrina de Seguridad Nacional, significó la guerra de baja intensidad y la venta de la soberanía nacional, al convertir nuestra patria en un traspatio militar norteamericano. No escatimaba en poner mano dura a los sectores populares, se fue a la tumba sin pagar lo que debió pagar en vida”, expresó Sergio Rivera, líder estudiantil en los años 80.

El primer presidente de la supuesta era  democrática hondureña siguió la línea gringa de “contrarrevoluvión”, con la implementación de la Doctrina de Seguridad de Seguridad (DSN) y acrecentó la cacería contra líderes y lideresas sociales entre 1982 y 1984.

George Bush (padre), vice presidente de los EEUU en el gobierno de Reagan
Para 1985, el vicepresidente George Bush (padre) visitó Honduras, en el último año de gestión de Suazo Córdoba. Afianzado la intervención extranjera con el apoyo armamentista, siendo este país su laboratorio pagado.

Mientras seguían esas relaciones sumisas, cerca de donde funcionó Casa Presidencial (hasta 1990), en el centro de Tegucigalpa, un grupo de mujeres, niños y niñas, con sus pañuelos blancos y pancartas escritas a manos le preguntaban ¿Dónde Están?

Era el grito y las exigencias de un naciente Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH). “Rosuco”, cómo se le llamaba, ofreció darles un informe sobre los detenidos desaparecidos, y las madres de los pañuelos blancos, fundadoras del COFADEH en 1982, siguieron y siguen esperando respuesta, verdad y justicia.

Se fue de esta vida en un frío sábado de diciembre, en un centro hospitalario militar, en la ciudad que ejerció su trozo de poder, pero lejos de su natal La Paz, así distante de la paz que las víctimas de lesa humanidad perdieron durante su mandato.

Con su muerte se lleva la respuesta, tan cercano y servil al imperialismo, no ayudó a los hijos e hijas nobles de la patria (cómo los llama el abogado Óscar Aníbal Puerto), más de 184 detenidos desaparecidos -físicos- en la década de los 80, hoy junto a sus familias saben que la historia no fue borrada, que la memoria sigue preguntándose ¿Dónde están? (SR/CP)

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